Uno, que además de abogado es politólogo (del Colegio Oficial de Politólogos y Sociólogos de Madrid), acaba de contribuir como perito en la elaboración de un reportaje (Traficantes catódicos en ‘PrimeTime’) para el diario 20 minutos sobre el papel que juegan los traficantes de estupefacientes en las series de ficción, tales como The Wire, Breaking Bad, Weeds y Perdidos. El motivo de mi intervención no era otro que el de analizar desde un punto de vista socio-político la influencia que estos personajes tienen sobre la sociedad y, en particular, sobre el estrato joven o adolescente. ¿Se están convirtiendo en modelos a seguir?
Mi conclusión es bastante más elaborada que la que el diario ha tenido a bien publicar, que ha censurando -con muy buen criterio- todas esas extrañas palabras antiestéticas y rimbombantes que utilizamos los del gremio. Trataré de seguir el ejemplo de 20 minutos para explicar aquí en muy pocas líneas y de forma clara la parte más interesante del razonamiento:
La persecución de lo prohibido por medio de la vivencia de experiencias ajenas es una de las principales razones que está llevando a la sociedad a alabar e idolatrar a personajes que consumen o trafican con droga en determinadas series de televisión; no la simple conversión de éstos en meros modelos a seguir, ni mucho menos. Se trata de algo más místico y, si me lo permitís, más humano a la vez. Es la búsqueda de la trasgresión, de la ruptura de normas y, en definitiva, la huida de lo establecido.
Los que hayáis estudiado filosofía os acordaréis de Thomas Hobbes que enunció una de las expresiones latinas que más se han repetido a lo largo de los tiempos: «Homo homini lupus» (el hombre es un lobo para el hombre). La locución tiene su origen, sin embargo, en la obra Asinaria de Tito Marcio Plauto, pero ha sido a Hobbs a quien se le ha terminado atribuyendo por la construcción sociopolítica que hizo en su obra Leviatán acerca de la naturaleza egoísta del hombre. El ser humano nace libre pero abocado a una lucha constante con sus semejantes por la falta de normas y leyes que rijan, moderen y ordenen su convivencia pacífica. Para evitar esta lucha, el hombre firma un «Pacto Social» con el Estado, ante el que se convierte en ciudadano sumiso bajo las leyes de la sociedad. Los personajes trasgresores de estas series rompen en cierta forma este Pacto Social y se liberan de las trabas del Estado, imponiendo su propio régimen de convivencia libre con la sociedad.
A través de estas series, se hace partícipe al espectador de aquellas experiencias y sensaciones que en la vida real no podría, no querría o no se atrevería a vivir, bien por las consecuencias legales que acarrean, bien por las que afectan a la salud o bien debido a una correcta estructuración de valores éticos y morales. La aparición de estos personajes libera en cierta manera la tendencia hacia lo prohibido; pero, al mismo tiempo, la controlan y mitigan su riesgo de aparición. El espectador que pudiera haberse visto atraído hacia la ruptura del pacto, deja de estarlo, pues la serie le hace vivir sensorialmente la experiencia y queda saciado. Bien es cierto que para una parte de la población estas experiencias pueden convertirse en ritos de iniciación y verse impulsada a seguir las conductas de los personajes, convirtiéndolos en modelos sociales a seguir; pero es una tendencia marginal que sólo afecta, en general, a individuos con personalidad débil o tendencias asociales. El ciudadano medio lo vive como una forma de abstraerse místicamente de su rutina diaria y saltar por unos minutos a la aventura y al riesgo que ofrecen las experiencias límite.
Menos mal que no me han preguntado por Dexter, porque ahí sí que hay tela que cortar…
Podéis leer el artículo completo en la web del diario 20 minutos o descargarlo aquí, en pdf.
Imagen: Poster promocional de la 4ª temporada de Weeds