La próxima vez que vayas a comprar a un supermercado, sé amable con las cajeras. ¡Están en peligro de extinción! Esta tecnología ya se usa en Wal-Mart, en Estados Unidos. Pero ahí no se acaba la cosa.
Con los RFID podrás identificar un artículo concreto de entre miles de la misma marca y modelo, saber dónde está… Si regentas una tienda, con los RFID podrás conocer el estado de todos y cada uno de tus productos, cambiar la información almacenada de algunos en concreto, localizar con exactitud lotes determinados o retirar en cuestión de minutos los adquiridos o caducados. Si vives en Pakistán, tu pasaporte contendrá un RFID que almacenará información sobre tus movimientos y viajes. Pueden ser utilizados para realizar escuchas espías, seguimientos de objetivos, identificación a distancia por radio…
¿Quieres saber más? Alberto Alonso y María del Mar Barbero, de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid han recopilado y sistematizado la información de este artículo que ahora te proponemos:
Radio Frequency IDentification (RFID)
¿Qué son los RFID?
RFID (Radio Frequency IDentification, en español, Identificación por radiofrecuencia) es un sistema de almacenamiento y recuperación de datos remoto que usa etiquetas o tags RFID. El propósito fundamental de esta tecnología es transmitir la identidad de un objeto mediante ondas de radio.
Una etiqueta RFID es un pequeño dispositivo, como una pegatina, que puede ser incorporada a n producto, animal o persona. Contienen pequeñas antenas para permitirles recibir y responder a peticiones por radiofrecuencia desde un emisor-receptor RFID. Una de las ventajas del uso de radiofrecuencia (en lugar, por ejemplo, de infrarrojos) es que no se requiere visión directa entre emisor y receptor.
La forma de funcionamiento de los sistemas RFID es sencilla. La etiqueta RFID, contiene los datos de identificación del objeto al que se encuentra adherido y genera una señal de radiofrecuencia con dichos datos. Esta señal puede ser captada por un lector RFID, el cual se encarga de leer la información y pasársela, en formato digital, a la aplicación específica que utiliza RFID.
El primer dispositivo conocido similar a RFID fue una herramienta de espionaje inventada por Léon Theremin para el gobierno soviético en 1945. El dispositivo de Theremin era para la escucha secreta pasiva, no una etiqueta de identificación. Otro trabajo temprano que trata el RFID es el artículo de 1948 de Harry Stockman, titulado Comunicación por medio de la energía reflejada, quien ya consideraba que «…el trabajo considerable de investigación y de desarrollo tiene que ser realizado antes de que los problemas básicos restantes en la comunicación de la energía reflejada se solucionen, y antes de que el campo de aplicaciones útiles se explore». Hicieron falta treinta años de avances en multitud de campos diversos antes de que RFID se convirtiera en una realidad.
¿Existen distintos tipos de RFID?
Sí, las etiquetas RFID pueden ser de tres tipos:
1.- Las etiquetas RFID pasivas. En primer lugar, no tienen fuente de alimentación propia, pues la corriente eléctrica mínima inducida en la antena por la señal de escaneo de radiofrecuencia proporciona suficiente energía al circuito integrado para enviar una respuesta. La falta de una fuente de alimentación propia hace que el dispositivo pueda ser bastante pequeño: existen productos disponibles de forma comercial que pueden ser insertados bajo la piel. Por otro lado, estas etiquetas tienen distancias de lectura que varían entre unos 10 milímetros hasta cerca de seis metros dependiendo del tamaño de la antena de la etiqueta y de la potencia y frecuencia en la que opera el lector. En 2007, el dispositivo disponible en el mercado de menos tamaño de este tipo mide 0.05 milímetros × 0.05 milímetros, y es más fino que una hoja de papel; siendo prácticamente invisible.
2.- Las etiquetas RFID semi-pasivas son muy similares a las pasivas, pero incorporan además una pequeña batería, la cual permite al circuito integrado de la etiqueta estar constantemente alimentado. Además, elimina la necesidad de diseñar una antena para recoger potencia de una señal entrante. Es decir, las etiquetas RFID semi-pasivas responden más rápidamente, por lo que son más fuertes en el ratio de lectura que si se comparan con las etiquetas pasivas.
3.- Las etiquetas RFID activas, por otra parte, deben tener una fuente de energía, y pueden ser de mayor tamaño y con memorias más grandes que las etiquetas pasivas. Actualmente, las etiquetas activas más pequeñas tienen el tamaño de una moneda.
Como las etiquetas pasivas son mucho más baratas de fabricar y no necesitan batería, la gran mayoría de las etiquetas RFID existentes son del tipo pasivo. Por ejemplo, en 2004, las etiquetas costaban aproximadamente cuarenta centavos de dólar, lo cual supondría que para ser rentable el pedido debería ser de unos 10.000 millones de unidades al año. La demanda actual de chips de circuitos integrados, sin embargo, con RFID no está cerca de soportar ese coste.
Los que emplean frecuencias más altas proporcionan distancias mayores de lectura y velocidades de lectura más rápidas, pero son más caras. Estas frecuencias se emplean particularmente en bibliotecas y seguimiento de libros, así como en pacientes de centros hospitalarios para hacer un seguimiento de su historia clínica. También se consideró incluir un dispositivo RFID en los pasaportes de Estados Unidos, pero el departamento de Estado rechazó a propuesta; por el contrario, Pakistán sí ha apostado por esta medida.
El uso actual de los sistemas RFID varía en función de las frecuencias que se utilicen, del coste y del alcance. Los sistemas que emplean frecuencias bajas tienen costes bajos, pero baja distancia de uso. Se usan, por ejemplo, para la identificación de animales.
Aún hoy, la tecnología más extendida para la identificación de objetos es la de los códigos de barras. Sin embargo, éstos presentan algunas desventajas, como, por ejemplo, la escasa cantidad
de datos que pueden almacenar y la imposibilidad de ser modificados con el tiempo para poder adaptarse a las necesidades de la empresa o sujeto que los emplee (leer avances sobre códigos bidimensionales). Las etiquetas RFID, usan chips de silicio que pueden transferir los datos que almacenan al lector sin contacto físico como los lectores de infrarrojos utilizados para leer los códigos de barras. Un ejemplo sencillo de lo expuesto es la implantación de la RFID en los supermercados: no siendo necesario que la cajera deba leer el código de barras manualmente para cada producto sino que el comprador pasaría cerca o entre dispositivos lectores que recibirían la señal que emite la antena. No sólo esto, incluso permite gestionar el inventario de los establecimientos con mayor celeridad y de forma casi automática.
De hecho, estos dispositivos han empezado a ser usados de forma sistemática por grandas centros gestores, como la macro-cadena Wal-Mart o el Departamento de Defensa, ambos estadounidenses. Sin embargo, parece tratarse de una tecnología-puente, con un periodo de vida efectivo breve, ante los nuevos avances y los problemas prácticos que se han apreciado, pues las cifras de lecturas exitosas están actualmente en un 80%, debido a la atenuación de la onda de radio causada el empaquetado. De hecho, desde enero de 2005, Wal-Mart ha puesto como requisito a sus 100 principales proveedores que apliquen etiquetas RFID en todos sus envíos, a pesar de los problemas de adecuación a estas premisas que la decisión generó en muchos de ellos, especialmente en los de menor entidad. Erik Bruin, director de investigación de los Servicios Europeos de IDC ha señalado, no obstante, que «cuando comparamos la actividad actual con la cantidad de atención que se da a RFDI en los medios, observamos que está hiperexagerado, pero las expectativas son altas y RFDI es estratégico para los servicios de los grandes vendedores. La mejor descripción de la situación actual es como una fase de osicionamiento y construcción de ofertas en espera de que el mercado realmente despegue en un futuro cercano».
En 2006 La Unión Europea dio un primer paso al presentar una consulta pública sobre los mecanismos de identificación por radiofrecuencia cuya finalidad era armonizar los numerosos patrones técnicos sobre trazabilidad alimentaria.
La UE explicaba que el método de recolección de información sobre productos, lugares y transacciones constituía un sustituto cada vez más generalizado de los códigos de barras actuales. Su implantación (a principios de 2006 se vendieron en todo el mundo 2.400 millones de unidades, frente a los 600 millones en 2005) se ha traducido en una reducción del índice de error de un 20% a un 10%. La UE financiará durante tres años el proyecto Bridge, enfocado a desarrollar y ampliar el uso de esta tecnología en industrias de la alimentación y bebidas. Uno de los principales problemas a la aplicación de este sistema es su elevado coste, así como el escaso conocimiento y confianza.
La UE apuesta por esta nueva tecnología porque presenta importantes ventajas. Cada producto puede ser seguido de forma individual durante todo el proceso de producción, desde el origen hasta que llega al consumidor. Esta es una de las principales diferencias entre los dos sistemas: mientras el código de barras identifica un tipo de producto (por ejemplo, botellas de agua), el nuevo sistema es capaz de detectar una unidad (una botella concreta). La etiqueta electrónica (o tag) permite controlar y rastrear un producto a lo largo de toda la cadena de distribución, desde el productor hasta el consumidor, pasando por las empresas de almacenaje y distribución o el comercio que vende el producto. Los dispositivos basados en la tecnología RFDI, a diferencia de los códigos de barras, que se adhieren en la parte externa de la superficie del producto, forman parte del producto o se colocan bajo una superficie protectora. Esto les proporciona una elevada resistencia a impactos externos, a los que sí son vulnerables los tradicionales códigos.
Otro proyecto que abandera la UE es el proyecto CoExtra (coexistencia y trazabilidad de los sectores OMG y no OMG), destinado a ofrecer los métodos de gestión y de información que permitan conocer si un producto contiene o no organismos modificados genéticamente (OMG), uno de los campos más complejos. En total, 250 investigadores de18 países de la UE, además de Rusia, Brasil y Argentina, coordinados por el Institut National de la Recherche Agronomica (INRA, en sus siglas francesas), son los encargados de desarrollarlo.